miércoles, 1 de mayo de 2013

¿Qué pasa con los años?

Este es un fragmento de una nota publicada en "El Sótano", una revista cultural digital cuyo primer número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de participar como columnista invitado. Para verla íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/revista/1

Hoy escribimos sobre el paso del tiempo. “¿Qué pasa con los años?” gritaba Luca Prodan, en un delicioso cóver de Sumo (*) del tema “Años” de Pablo Milanés. Pasa con los años que pasan (valga la redundancia) porque el tiempo no se detiene. El tiempo, que es la verdadera riqueza que tenemos los seres mortales, aquella que estamos gastando aún sin hacer nada, o debo decir FUNDAMENTALMENTE cuando no hacemos nada.

“Pobre es el que quiere tener más cosas”, o algo así, dijo un recordado presidente que después dejaría hacer pelota un país por plata. Rico es aquel que tiene tiempo, para vivir, para disfrutar, para amar, para reir, para hacer cosas. Todos queremos más tiempo, así sea para mirar videos de gatos en Youtube. El problema, es que no nos damos cuenta que ese tiempo aparentemente “ganado” lo estamos perdiendo en otras cosas. El tiempo es siempre el mismo. Lo que cambia es nuestra percepción de él.

El caso de Benny Ince

Corría el siglo XIX (y con “corría” no quiero decir que fuera más rápido, recordemos que el tiempo siempre tiene el mismo paso cansino) y la revolución industrial estaba en pleno auge. Benjamin Ince, para sus amigos Benny, era un campesino inglés que, como la mayoría de los de su clase, tuvo que emigrar a la ciudad para trabajar en las incipientes fábricas.

Allí cumplía sus tareas durante la friolera de CATORCE horas diarias, obviamente por un salario miserable y en condiciones infrahumanas. Allí trabajaban también su esposa Margaret y su pequeño hijo Paul. Pobre tipo, aparte de tener que laburar CATORCE horas, tenía que fumarse a su mujer en el trabajo durante CATORCE horas.

Todo esto para salir de la fábrica, con unos pocos morlacos encima y apenas 10 horas más para “vivir”, hacinado en un conventillo en las afueras de Londres. Agregale a esto las horas de sueño necesarias para recuperarse de semejante esfuerzo físico.

Benny quería más tiempo. Necesitaba más tiempo, porque aparte el muy bandido tenía un picoteo con una compañera de trabajo (si, frente a las narices de su mujer) y para poder intimar tenían que verse fuera del recinto laboral, ya que su amante, de quien nos reservamos la identidad para no comprometerla (¿?), también era casada.

No tengo tiempo

Sin entrar en detalles de lo que hacían Benny y su amante detrás de aquel frondoso álamo negro a orillas del Tamésis, estaba claro que la fórmula 14 HORAS DE TRABAJO + DORMIR + DOBLE VIDA no le estaba funcionando al querido Benny (si, Benny era muy querido, infiel, pero muy querido).

Cansado de “no tener tiempo”, un buen día, con tremendo pedo de Absenta, Benny decidió hacer algo al respecto. Recientemente se había inaugurado el BIG BEN, ese reloj GIGANTE que hoy sigue siendo un ícono del paisaje londinense. Estaba todo el mundo “embobecido” con él y por ende, con el tiempo.

Benny tuvo la “brillosa” idea (entiéndase con “brillosa” aquellas ideas que bajo los efectos de ciertas sustancias parecen fantásticas pero cuando volvemos a nuestro estado natural nos damos cuenta que eran una mierda), me perdí. Va de nuevo.

Benny tuvo la “brillosa” idea de alterar el Big Ben. Esa era SU forma de modificar el paso del tiempo. Creyó que enlenteciendo el funcionamiento de esas gigantezcas agujas, los días serían más largos y por consiguiente, él tendría más tiempo para hacer sus “cositas”.

La operación Big Ben

Pese a que aquella noche apenas podía mantenerse en pie, Benny llegó hasta el corazón del monstruoso Big Ben, donde gigantezcos engranajes hacían mover lo que para él era “el tiempo del mundo”.

Su primera idea fue trancar los engranajes con la botella de Absenta, lo cual obviamente no funcionó, ya que la misma fue triturada instantáneamente. Luego quiso colgarse de la rosca y frenarla (pobre iluso), con la mala suerte de que justo en ese momento la policía ingresaba a la sala de máquinas, encontrándolo in fraganti.

Benny Ince fue apresado y acusado de anti-horario. Luego juzgado y enviado a Bodmin Jail, una antigua cárcel inglesa. Allí fue que encerrado solo, sin trabajo, sin familia y sin amante, Benny se dio cuenta de todo el tiempo que disponía. Ahí fue cuando tomó dimensión de él, cuando lo valoró.

Al momento en que salió, su mujer ya estaba con otro hombre. Su amante ya tenía otros amantes. Todo había cambiado. Benny, aprovechando sus contactos carcelarios, se dedicaría al tráfico de whisky. Luego sería nuevamente apresado y pasaría hasta el fin de sus días en Bodmin Jail.

Dicen que su caso inspiró las reivindicaciones proletarias que luego derivarían en la reducción de la jornada laboral a 8 horas, pero yo eso no te lo puedo confirmar. Acordate lo que te dije al principio: yo no sé nada, acá todo es al bulto.

(*) “Años” de SUMO.

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