miércoles, 31 de julio de 2013

La libertad no es fantástica

Este es un artículo publicado en "El Sótano", una revista cultural digital cuyo cuarto número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de volver a participar.
Para ver la publicación íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n4

"Libre como los pájaros" dijo alguien alguna vez. "Libre como una hoja de otoño que vuela con el viento" clamó otro, un poquito más drogado que el anterior. "Libre como estos mosquitos chupasangre" profirió otro, bastante más enojado que los dos anteriores. Pero lo cierto es que muchos pájaros están enjaulados, la mayoría de las hojas van a morir a la boca de tormenta (salvo que las prendan fuego, lo cual es bastante peor aún) y millones de mosquitos terminan aplastados por una chancleta.

Las palomas, sin ir más lejos, la más icónica de las representaciones de la libertad, tampoco las tienen muy fácil. En Montevideo, fueron declaradas plaga, lo cual automáticamente se traduce en "si las matan está todo bien, porque son plaga", con la excusa de que transmiten enfermedades, el mejor motivo para causar la muerte de un ser vivo después de la sospecha de terrorismo. Una persona (me reservo su identidad) me dijo: "Si tenés palomas y te cagan la ventana, poneles pan mojado con alcohol. Caen fritas". "¡Tampoco quiero un genocidio palomeril!" le contesté, y ahí me dijo que le ponga pimienta, así no se acercan.

Con el fin de espantar a las palomas de las plazas, la Intendencia había contratado halcones entrenados, con su respectivo coach (están entrenados pero tampoco la pavada). Estas aves de presa, abandonaban el brazo de su mentor, sobrevolaban la zona y luego volvían a la extremidad del susodicho. De esa forma, las palomas percibían el peligro y no aparecían ni en forma de foto pegada a una matera. Esos halcones, bien podían irse a la mierda y mandar a cagar todo, pero por alguna razón, por alguna fuerza sobrenatural que se desconoce, terminaban volviendo al brazo de su entrenador. Esos halcones, tenían la libertad en sus alas, y no la usufructuaban.

La historia de Voladis

Todo esto me hizo acordar a la historia de Voladis, un joven que vivió en la Mesopotamia, más precisamente en la ciudad de Babilonia, por allá por el año 550 antes de Cristo. En esos tiempos el Imperio Persa se expandía a gran velocidad. Liderados por Ciro II el Grande, los persas conquistarían Babilonia, derrotando al Rey precedente llamado Nabónido (y si, con ese nombre, era claro que soplarle el reino era raspar y ganar).

Voladis era un joven que trabajaba como mensajero. Una tarde, cuando volvió a Babilonia, la encontró en medio de un caos total: los persas habían tomado la ciudad. Lo primero que atinó fue ir hasta su hogar y buscar a su padre. Vivían cerca de un acantilado. Cuando Voladis llegó, encontró a su padre desnudo, correteando gallinas. En bolas estaba siempre, pero ¿correteando gallinas? ¿GALLINAS? Si fuera una chancha todavía. “Padre, ¿que estáis haciendo? Nos invaden los persas y tú pensando en copular con gallinas” (puede que estas palabras no sean las exactas, pero la idea creo que se capta), a lo que el padre respondió: “Te estoy haciendo unas alas para que puedas escapar, mocoso de mierda” (ídem anterior, esta es una interpretación libre del autor).


Sí, emulando al mitológico Dédalo, el padre de Voladis estaba fabricando unas alas con plumas y cera. Pero Voladis no era boludo. Sabía que lo de Ícaro había salido como el culo, y enseguida le dijo “Ni en pedo me pongo esas alas”. En eso el ejército persa ya estaba sobre ellos, ya que lo habían seguido a Voladis hasta su casa. Sin dudarlo, antes de ser capturado y probablemente violado, Voladis se tiró por el acantilado. Su padre no lo siguió porque la idea de la violación después de todo no le sentaba tan mal (por algo vivía en cueros).

Ahí fue cuando el joven Voladis, en un acto desesperado, cayendo al vacío, comenzó a agitar sus brazos como si fuera un pájaro, y comenzó a volar. Si, a volar. Voladis podía volar y no sabía, porque nunca lo había intentando. La costra formada bajo de sus axilas producto de meses sin pasarse agua se había endurecido, formado una especie de aleta que le permitía agitar sus brazos y surcar los cielos. El problema fue que se cansó, porque no es changa aletear. Acá tenemos idealizado volar como Superman, sin esfuerzo alguno, pero volar es como caminar, pero con los brazos en vez de las piernas. CANSA.

Igual pudo llegar a tierra firme, sano y salvo, pero enseguida aparecieron los persas para capturarlo. Los brazos de Voladis no podían más, porque para colmo ese día se había bajado una mano como cuatro veces espiando a una joven que se estaba bañando en el Río Éufrates. Estaba liquidado. Una vez capturado, fue obligado a poner su capacidad para volar al servicio del ejército persa, sobrevolando lugares para pasar información sobre los enemigos y llevando mensajes como buen paloma. Así fue hasta el fin de sus días, cuando chocó contra un árbol, por causas que se desconocen según el Nano Folle de la época.

¡Dale pibe! ¿Y la moraleja?

A lo que quería llegar es: volar no te hace libre. La libertad no es fantástica *, es una actitud. En los papeles, libres somos todos, en la medida de que todos tenemos la opción de actuar libremente, independientemente de que haya normas, personas o circunstancias que nos quieran arrebatar ese albedrío. Sin embargo, los principales enemigos de nuestra libertad no están en la oración anterior. El mayor enemigo de nuestra libertad es el miedo. El miedo al qué dirán, a lo que nos podría pasar, a arrepentirnos, etc. Por ejemplo: para volar, primero hay que animarse a despegar los pies de la tierra y asumir los riesgos.

El miedo está en la esencia de los seres humanos. Siempre habrá un "miedito" ahí, latente. Incluso si estás en el momento de mayor felicidad posible, padecerás el miedo a dejar de ser feliz, a que algo te cague la fruta. Y en el mejor escenario posible, donde nada ni nadie te provoque miedo, estará la parca, esperándote al final del trayecto, y contra ese miedo no hay nada que se pueda hacer. Lo esencial es asumir que siempre habrá un miedito ahí, latente, pero no dejar que te domine. Ignoralo. “Ningunealo” (¡gracias por tanto Moria!). Pensá en cosas que te hagan feliz. Dejá volar tu imaginación. El miedo no se va a ir, pero vos seguramente te alejarás lo suficiente de él como para disfrutar más tu vida.

* "Blues de la libertad", hermoso tema de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.