jueves, 17 de septiembre de 2015

Un lujo para nada vulgar

En las afueras del Montevideo Shopping ya se notaba que no era una noche más. Autos estacionados emitiendo temas de Patricio Rey o del Indio, y bandas ricoteras calentando la noche con algún licor de viejo estilo. Un panorama poco común para un lugar donde la gente generalmente va a comprarse pilchas o a ver la última de Pixar.

Ya dentro del shopping, se veía gente con remeras alusivas de aquí para allá, perdiendo el tiempo hasta que llegara el momento de ingresar a la sala, no sin antes pasar por un cacheo digno de un recital de rock. A mí me dijeron “Mirá que adentro no se puede fumar”, como si fuera necesaria esa aclaración en el Uruguay de Tabaré Vázquez, y como si eso fuera a evitar que algún vicioso encendiera algún tipo de fumable en medio de la proyección.

La sala fue llenándose muy de a poco, con la impuntualidad propia del rock, puesto que a las 22:30 (hora marcada como inicio de la segunda función) más de la mitad del público aún no había ingresado. Y luego si, llegó la horda, coparon el pequeño kiosquito donde vendían latas de cerveza, levantaron a la gente con el clásico “vamo´ los redó”, se apagaron las luces y comenzó la función.


Del registro de “Indio: la película” no hay mucho que se pueda decir que no se haya dicho, simplemente hay que verlo, escucharlo, sentirlo. Que la calidad de filmación y audio es espectacular parece obvio, sabemos lo perfeccionista que es el señor Solari. El tema es como se vive esa experiencia, y eso es intransferible. La gente saltó, bailó, gritó, cantó y lo vivió como si todos estuviéramos ahí, en ese estadio.

La gran diferencia es que el confort del lugar y la pantalla gigante permiten disfrutar todos esos detalles imposibles de apreciar entre el barro y la lluvia incesante de aquel Velódromo de Montevideo, y menos en el frío y el barro más cruel de Gualeguaychú 2014.

Una cosa no es mejor que la otra, son experiencias distintas y gracias al Indio podemos disfrutarlas ambas, porque la magia de Patricio Rey no sabe de soportes ni de medios de reproducción. Se te eriza la piel escuchando un inédito grabado a lo pampa en el 84´, como te emocionás casi hasta las lágrimas con el “Pabellón Séptimo” de este La Plata 2008.

El diferencial, como decía antes, está en los detalles.

Notar las sonrisas cómplices del Indio y Hernán en "Tatuaje", como si solo ellos supieran quien es el dueño de esa Gretsch a quien estaría dedicado el tema.

Ver los ojos del Indio a través de sus clásicos lentes oscuros, y por un instante sin gafas de por medio en JiJiJi, cuando Solari se las levanta levemente para mostrar los ojos ciegos bien abiertos.

Apreciar el disfrute de toda la banda, sus sonrisas, sus gestos, más allá de que este material termina por confirmar lo excelente que suenan como conjunto.

Y hasta poder ver unas perlitas de lo que pasa detrás de escena, con una dama bailando y un niño pequeño pogueando (seguramente Virginia, la compañera del Indio, y Bruno, el hijo de ambos que en ese entonces rondaría los 6-7 años de edad). Una imagen familiar especialmente linda para mí, que disfruté este film junto al amor de mi vida y a nuestro retoño que viene en camino, que gracias a este formato pudo tener su primer "bautismo" ricotero desde la panza.

En definitiva, “Indio: la película” nos dio la posibilidad de vivir un recital con lujo de detalles, que se gozó con la emoción y el sentimiento de la misa más multitudinaria. Un lujo para nada vulgar.

Gracias Indio.