lunes, 30 de septiembre de 2013

Solo veo que no veo nada

Este es un artículo publicado en "El Sótano", una revista cultural digital que ya va por su sexto número y de la cual tengo el gusto de participar. Para ver la publicación íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n6

¡Muchas gracias Lalo @insipidodemente por la ilustración!

El sentido de la vista siempre estuvo sobrevaluado. Esta percepción ha sido apuntalada a lo largo de la historia con diversas frases célebres, pero al mismo tiempo descalificada por otras. Todo depende del punto de vista con que se mire al sentido de la vista, valga la redundancia, porque no es lo mismo desde los zapatos de un ser humano, que bajo las escamas de un reptiliano.

Los dichos y refranes célebres siempre intentan legitimar una postura. Como si el solo hecho de evocar ese enunciado mundialmente famoso nos otorgara cierto poder al momento de doblegar a quien opina diferente a nosotros. También suelen ser utilizados como comodín cuando alguien se queda sin argumentos. Quizás por eso, en esta “controversial” edición de “Al bulto” hagamos uso excesivo de este recurso. Desde ya les pedimos disculpas.

Embanderados con el sentido de la vista encontramos frases tales como “una imagen vale más que mil palabras” (proferida por un señor que quería transar una foto vieja por un diccionario en el mercado del trueque), “ver para creer” (espetada por una dama que deseaba observar con sus propios ojos el supuestamente desproporcionado miembro viril de un caballero) o la vieja y tramposa “ojos que no ven, corazón que no siente”, ingeniosa creación de la primera mujer que engañó a su marido.

Pero lo cierto es que muchas veces una imagen no dice ni una palabra, en otras tantas oportunidades creemos en cosas que no vemos (por ejemplo, yo jamás en mi vida vi un pez espada, empero creo en su existencia) y nuestro corazón habitualmente siente cosas que nuestros ojos no ven, porque como dijo el primer comebagre de la historia: “lo esencial es invisible a los ojos”.

¿Por qué juzgamos con tanta liviandad a alguien por su imagen entonces? Quizás porque si no estigmatizáramos a las personas por su apariencia, tendríamos que asumir el “riesgo” de acercarnos e interactuar con ellas. Escuchar su realidad. Dedicarles unos minutos de nuestro “valioso” tiempo. Y si, es mucho más fácil juzgar de lejos, por la apariencia. Claro que también se ha dicho que “las apariencias engañan”, entonces tanta contradicción entre frases célebres nos termina provocando una gran matufia en la cabeza que hace que ya no sepamos qué creer. Tratemos de desasnarnos con un ejemplo, basado en hechos reales.

Felipe, ¿sos vos?

Se han escrito libros, filmado películas, dibujado cómics, tatuado colas y otras manifestaciones artísticas sobre los reptilianos, pero quizás vos que estás leyendo esto nunca hayas escuchado hablar de ellos. Básicamente, son como los extra-terrestres, pero son intra-terrestres: viven dentro de la tierra (y odian que los confundan con los del espacio exterior porque no los pueden ni ver). Tienen apariencia de reptil, pero la capacidad de transformarse en humanos y pasar desapercibidos, con el único fin de alimentarse y sobrevivir.


El problema es que los reptilianos comen humanos. Si se arreglaran con una ensalada mixta, o unos panchos del carrito, todo bien, pero su dieta se basa en humanos, entonces reconocerlos es fundamental para salvar nuestra especie. Si buscás un poquito en internet vas a aprender a detectarlos. Yo una vez conocí a uno, se llamaba Felipe. Buen tipo, salvo por su instinto asesino y su profundo deseo por acabar con nuestra especie. Reconocerlo fue fácil porque Felipe nunca podía completar su metamorfosis humana. Siempre le quedaba algo pendiente. O era la cola colgando, o las escamas en la piel, o la lengua puntiaguda. Nunca podía transformarse 100% en humano.

Nos hicimos amigos una noche en la rambla. Ambos estábamos borrachos. Felipe estaba triste porque se había comido un “cocainómano” y esto le había costado varios dientes porque el occiso estaba re duro al momento de ser ingerido. Yo le dije que no se preocupara, que la falta de piezas dentarias le iba a resultar beneficiosa para vincularse en ciertos ambientes.

Un reptiliano, un amigo.

Con el tiempo forjamos una gran amistad, basada en su palabra de no comerme a mí y mis consejos para que él pudiera pasar desapercibido en la sociedad, al menos hasta que pudiera completar la mutación humana y manejarse libremente entre los de nuestra especie. Y ese día llegó. Felipe pudo convertirse en un humano con todas las letras y ya no necesitó mis servicios. Pensé que ahí sí me iba a querer comer, pero después de ver todo lo que ingería yo diariamente, ciertamente entendió que no le convenía, que no lo salvaba ni un bidón de té mixto.

Lo más triste fue que la euforia por tener apariencia 100% humana fue la perdición de Felipe. Eso lo llevó a meterse en ámbitos que no le convenían, como en medio de la barra brava de Peñarol o en misas de “Pare de sufrir”. Y así fue que una noche, entre jabones de la descarga y ritos satánicos, su amigo Paulo se lo comió. Si, Paulo era un reptiliano que había tomado la forma de un pastor brasilero y como Felipe ahora era 100% humano, no lo reconoció y se lo manducó sin chistar.

Si Felipe se hubiera aceptado a sí mismo con sus virtudes y sus defectos, si no hubiera querido perfeccionar su apariencia, hoy estaría vivito y coleando (literalmente). Por eso creo que más allá de cómo nos ven los otros, primero deberíamos pensar como nos vemos nosotros mismos. Vernos y aceptarnos como somos. ¿Qué importa cómo nos ven los demás? Mientras nos reconozcan las personas que ya nos conocen, no habrá nada que temer. Bueno si, a los reptilianos siempre hay que temerle, pero ta, como dice el dicho: “si no puedes con tu enemigo, únete a él”, ¿o me vas a decir que vos nunca te comiste una persona?

miércoles, 21 de agosto de 2013

Bueno regular: la legalización de la marihuana puede y debe rendir más.

Se aprobó el proyecto de legalización de la marihuana y se armó… qué? No se puede decir “legalización”? Ah, no se trata de “legalizar” sino de “regular”. Entendí bien? Perfecto.

Se aprobó el proyecto para LEGALIZAR la marihuana y se armó la polémica, porque hay de todo en este bendita tierra. Desde los que dicen “estos bolcheviques legalizan la droga en vez de darnos seguridad a la gente bian” a los que festejan pensando que van a poder drogarse libremente a troche y moche (pobres ilusos que no saben la que se viene).

¿Cuál es la que se viene?

Básicamente, el Estado va a fichar a todos los que tengan algo que ver con el porro: a los que fabrican, a los que distribuyen y/o plantan y a los consumidores. Todo el mundo bien fichadito, pero tranquilos! porque esa información va a ser tratada con total privacidad, como te dicen las páginas porno cuando ponés tu dirección de mail y al minuto te están llegando promociones de Viagra a tu casilla.

Si bien esto no es lo ideal, es un avance, teniendo en cuenta que es mejor adquirir porro en una farmacia aunque te identifiquen, que comprar en el medio de un cante donde en cualquier momento te pueden dar masa hasta que seas inidentificable.

Armate una raya, masón.

Pero la cosa se puso verdaderamente jugosa cuando Tabaré Ramón Vázquez Rosas, deslizó la posibilidad de “regular” también la cocaína. Se imaginan lo que sería la casa de un Carlos "Patito" Aguilera? De un Ariel "Pinocho" Sosa?

Las declaraciones del ex – presidente causaron polémica, hasta hubo gente que dijo “Cómo va a decir eso un doctor?”. Jelou! En el ambiente médico la merca corre a rolete, sino ¿cómo pensás que muchos galenos aguantan guardias de 714 horas seguidas?


Ojo, acá nadie está diciendo que Tabaré se encajara, pero esa ceja levantada bien puede ser un síntoma de remangar tanto polvillo blanco por la misma narina.

¿Qué hacemos con la droga: la rifamos o la vendemos?

Acá, en este espacio donde aprovechamos la comodidad que nos otorga nuestro lugar de tirafruta para proponer soluciones “mágicas” a las cuestiones de los uruguayos, tenemos la salida a esta polémica: HAY QUE LEGALIZAR TODAS LAS DROGAS.

Si. Legalizar todas las drogas: la marihuana, la cocaína, la pasta base, la pasta frola, la frula, los ácidos, los híbridos, los hongos, los porongos, todo. Que vendan todo en todos lados!

Así, estatizaremos la principal industria de nuestro país, porque el lavado de dinero volverá a manos del Estado. ¿Quién mejor preparado que el Estado para manejar este mercado tan corrupto y mafioso?

Sacándole el negocio a los narcotraficantes, el Estado será dealer y drogadicto. Será boca y será River. El Estado tendrá el control de todas las drogas y ya no serán drogadictos sus consumidores (un beso a Rodolfo Tálice). Les dejo un tema de La Tabaré que ilustra bastante bien la postura. Hasta la próxima.

miércoles, 31 de julio de 2013

La libertad no es fantástica

Este es un artículo publicado en "El Sótano", una revista cultural digital cuyo cuarto número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de volver a participar.
Para ver la publicación íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n4

"Libre como los pájaros" dijo alguien alguna vez. "Libre como una hoja de otoño que vuela con el viento" clamó otro, un poquito más drogado que el anterior. "Libre como estos mosquitos chupasangre" profirió otro, bastante más enojado que los dos anteriores. Pero lo cierto es que muchos pájaros están enjaulados, la mayoría de las hojas van a morir a la boca de tormenta (salvo que las prendan fuego, lo cual es bastante peor aún) y millones de mosquitos terminan aplastados por una chancleta.

Las palomas, sin ir más lejos, la más icónica de las representaciones de la libertad, tampoco las tienen muy fácil. En Montevideo, fueron declaradas plaga, lo cual automáticamente se traduce en "si las matan está todo bien, porque son plaga", con la excusa de que transmiten enfermedades, el mejor motivo para causar la muerte de un ser vivo después de la sospecha de terrorismo. Una persona (me reservo su identidad) me dijo: "Si tenés palomas y te cagan la ventana, poneles pan mojado con alcohol. Caen fritas". "¡Tampoco quiero un genocidio palomeril!" le contesté, y ahí me dijo que le ponga pimienta, así no se acercan.

Con el fin de espantar a las palomas de las plazas, la Intendencia había contratado halcones entrenados, con su respectivo coach (están entrenados pero tampoco la pavada). Estas aves de presa, abandonaban el brazo de su mentor, sobrevolaban la zona y luego volvían a la extremidad del susodicho. De esa forma, las palomas percibían el peligro y no aparecían ni en forma de foto pegada a una matera. Esos halcones, bien podían irse a la mierda y mandar a cagar todo, pero por alguna razón, por alguna fuerza sobrenatural que se desconoce, terminaban volviendo al brazo de su entrenador. Esos halcones, tenían la libertad en sus alas, y no la usufructuaban.

La historia de Voladis

Todo esto me hizo acordar a la historia de Voladis, un joven que vivió en la Mesopotamia, más precisamente en la ciudad de Babilonia, por allá por el año 550 antes de Cristo. En esos tiempos el Imperio Persa se expandía a gran velocidad. Liderados por Ciro II el Grande, los persas conquistarían Babilonia, derrotando al Rey precedente llamado Nabónido (y si, con ese nombre, era claro que soplarle el reino era raspar y ganar).

Voladis era un joven que trabajaba como mensajero. Una tarde, cuando volvió a Babilonia, la encontró en medio de un caos total: los persas habían tomado la ciudad. Lo primero que atinó fue ir hasta su hogar y buscar a su padre. Vivían cerca de un acantilado. Cuando Voladis llegó, encontró a su padre desnudo, correteando gallinas. En bolas estaba siempre, pero ¿correteando gallinas? ¿GALLINAS? Si fuera una chancha todavía. “Padre, ¿que estáis haciendo? Nos invaden los persas y tú pensando en copular con gallinas” (puede que estas palabras no sean las exactas, pero la idea creo que se capta), a lo que el padre respondió: “Te estoy haciendo unas alas para que puedas escapar, mocoso de mierda” (ídem anterior, esta es una interpretación libre del autor).


Sí, emulando al mitológico Dédalo, el padre de Voladis estaba fabricando unas alas con plumas y cera. Pero Voladis no era boludo. Sabía que lo de Ícaro había salido como el culo, y enseguida le dijo “Ni en pedo me pongo esas alas”. En eso el ejército persa ya estaba sobre ellos, ya que lo habían seguido a Voladis hasta su casa. Sin dudarlo, antes de ser capturado y probablemente violado, Voladis se tiró por el acantilado. Su padre no lo siguió porque la idea de la violación después de todo no le sentaba tan mal (por algo vivía en cueros).

Ahí fue cuando el joven Voladis, en un acto desesperado, cayendo al vacío, comenzó a agitar sus brazos como si fuera un pájaro, y comenzó a volar. Si, a volar. Voladis podía volar y no sabía, porque nunca lo había intentando. La costra formada bajo de sus axilas producto de meses sin pasarse agua se había endurecido, formado una especie de aleta que le permitía agitar sus brazos y surcar los cielos. El problema fue que se cansó, porque no es changa aletear. Acá tenemos idealizado volar como Superman, sin esfuerzo alguno, pero volar es como caminar, pero con los brazos en vez de las piernas. CANSA.

Igual pudo llegar a tierra firme, sano y salvo, pero enseguida aparecieron los persas para capturarlo. Los brazos de Voladis no podían más, porque para colmo ese día se había bajado una mano como cuatro veces espiando a una joven que se estaba bañando en el Río Éufrates. Estaba liquidado. Una vez capturado, fue obligado a poner su capacidad para volar al servicio del ejército persa, sobrevolando lugares para pasar información sobre los enemigos y llevando mensajes como buen paloma. Así fue hasta el fin de sus días, cuando chocó contra un árbol, por causas que se desconocen según el Nano Folle de la época.

¡Dale pibe! ¿Y la moraleja?

A lo que quería llegar es: volar no te hace libre. La libertad no es fantástica *, es una actitud. En los papeles, libres somos todos, en la medida de que todos tenemos la opción de actuar libremente, independientemente de que haya normas, personas o circunstancias que nos quieran arrebatar ese albedrío. Sin embargo, los principales enemigos de nuestra libertad no están en la oración anterior. El mayor enemigo de nuestra libertad es el miedo. El miedo al qué dirán, a lo que nos podría pasar, a arrepentirnos, etc. Por ejemplo: para volar, primero hay que animarse a despegar los pies de la tierra y asumir los riesgos.

El miedo está en la esencia de los seres humanos. Siempre habrá un "miedito" ahí, latente. Incluso si estás en el momento de mayor felicidad posible, padecerás el miedo a dejar de ser feliz, a que algo te cague la fruta. Y en el mejor escenario posible, donde nada ni nadie te provoque miedo, estará la parca, esperándote al final del trayecto, y contra ese miedo no hay nada que se pueda hacer. Lo esencial es asumir que siempre habrá un miedito ahí, latente, pero no dejar que te domine. Ignoralo. “Ningunealo” (¡gracias por tanto Moria!). Pensá en cosas que te hagan feliz. Dejá volar tu imaginación. El miedo no se va a ir, pero vos seguramente te alejarás lo suficiente de él como para disfrutar más tu vida.

* "Blues de la libertad", hermoso tema de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

viernes, 31 de mayo de 2013

Creo que he visto una luz al otro lado del puente

Este es un fragmento de una nota publicada en "El Sótano", una revista cultural digital cuyo segundo número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de volver a participar. Para verla íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n2_/0

La otra orilla del río es eso inalcanzable e imposible, hasta que un puente lo transforma en una pavada. La vida en muchos aspectos es igual: consiste en tender puentes entre lo que somos y lo que queremos ser. El desafío está en buscar la forma de llegar al otro extremo en lugar de resignarse a la utopía.

La vida está llena de puentes, de situaciones y decisiones que nos trasladan de un lugar a otro. Hay puentes que no nos animamos a cruzar, sea por su fragilidad o porque nos da miedo lo que podamos encontrarnos del otro lado. Hay puentes que queremos cruzar, pero no sabemos cómo hacerlo. En fin, hay un puente para cada persona, para cada corazón. Aquí no vamos a cruzarlos todos. Con suerte, capaz que cruzamos alguno.

Dicen que el primer puente fue un árbol, que en la prehistoria algún ser primitivo utilizó para llegar al otro extremo de un río. Todo en el plano de los “supuestos” verdad, porque por razones lógicas no hay videos en YouTube que lo atestigüen. Imaginen la felicidad de ese HOMO “ALGO” cuando vio la chance de llegar a ese lugar que le parecía inalcanzable. Y el sinfín de lugares que pudo descubrir gracias a ese esencial paso.

Esa boludez, eso que parece fácil, no siempre lo es, y si no me creés mirá lo que le pasó al pobre Edgar. ¡Más de 37 millones de personas lo avalan!



La otra orilla del río es eso inalcanzable e imposible, hasta que tendemos un puente. Y no podemos depender que un árbol se caiga solito para darnos cuenta de esa posibilidad. Está en nosotros buscar la forma de llegar al otro extremo en vez de resignarnos a la utopía. De tender puentes entre lo que somos y lo que queremos ser.

La historia del puente chino

Ahora, ¿cómo un poblado sin árboles podría descubrir la posibilidad de tender un puente y liberarse de la prisión geográfica? Ahí te quiero ver.

Resulta que había una vez un pequeño poblado en el norte de China, rodeado de mar y sitiado por un profundo pero angosto cañón (cañón de “grieta en la tierra”, no de pólvora), que impedía a sus habitantes cruzarlo y llegar al otro extremo. Básicamente vivían como aislados, como si vivieran en una isla (y si, es claro que del término “isla” surge el verbo “aislar” y todas sus conjugaciones).

Para ellos cruzar para el otro lado era una utopía. Estaban resignados a vivir encerrados en ese pedazo de tierra. Además, para darle color, decían que del otro lado había un dragón. Viste como son los chinos, ¿no? Para inventar Godzillas y cosas de esas están mandados a hacer.

Hasta que un día, todo cambiaría. Otra cosa que también les encantó a los chinos desde siempre es luchar. Son peleadores por excelencia: de sumo, de karate, de judo, de lo que se te ocurra. En aquel poblado, resolvían sus asuntos en duelos que se realizaban al borde del abismo y el que perdía, imaginate, era el que caía al vacío por la grieta.

Dicen que esa historia inspiró a los creadores del juego Mortal Kombat, que idearon un puente donde el perdedor caía encima de horrendas estacas de metal y moría empalado ahí.


¿Y valor? ¿Hacia dónde vas con esto?

¡Ya voy! En fin, una mañana de invierno (otra cosa que les encanta a los chinos es madrugar) dos luchadores se batieron a duelo al borde de ese angosto abismo, con una particularidad: se trataba del más alto del poblado contra el más pequeño, lo cual obviamente despertó la atención de todos los habitantes (los chinos también grandes adoradores del morbo).

Contra todos los pronósticos (¿?) ganó el enano, pero lo que nadie esperaba era el desenlace que tendría el combate. El alto, no cayó por el precipicio, logró agarrarse con la puntita de sus dedos en el otro extremo, y quedó acostado, con los pies en un lado y las manos en el otro. Ese fue el primer puente humano.

De inmediato los pobladores vieron la oportunidad y comenzaron a cruzar caminándole por el lomo, porque obviamente, el puente humano no podía ni moverse y, ciertamente, nadie lo iba a ayudar (otra característica que tienen los chinos, profundizada en los tiempos que corren, es que podés estar muriéndote que nadie te va a dar una mano).

Trataron de hacerle mantenimiento, dándole comida y alimentos, para que no se les muriera, claro está. Hasta que un día, el puente humano no aguantó más y se desmoronó, cayendo por el precipicio. Pero claro, no lo hizo solo, sino justo en el instante en que el enano, su verdugo, se aprestaba a cruzar, llevándoselo consigo al fondo del abismo. Porque si hay algo que les gusta a los chinos, también, es la venganza.

Hoy en día esto sigue pasando. Dos por tres un puente cae, vencido por el peso de su propia responsabilidad. Por eso es que también, cuando vemos la chance de cruzar un puente debemos aprovecharla, porque no sabemos por cuánto tiempo puede estar ahí, permitiéndonos el paso, dándonos esa oportunidad de llegar a lo que queremos ser. Está en vos si te animás a cruzarlo o no. Así como está en vos hacer un puente. Y esto no es un cuento chino.

miércoles, 1 de mayo de 2013

¿Qué pasa con los años?

Este es un fragmento de una nota publicada en "El Sótano", una revista cultural digital cuyo primer número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de participar como columnista invitado. Para verla íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/revista/1

Hoy escribimos sobre el paso del tiempo. “¿Qué pasa con los años?” gritaba Luca Prodan, en un delicioso cóver de Sumo (*) del tema “Años” de Pablo Milanés. Pasa con los años que pasan (valga la redundancia) porque el tiempo no se detiene. El tiempo, que es la verdadera riqueza que tenemos los seres mortales, aquella que estamos gastando aún sin hacer nada, o debo decir FUNDAMENTALMENTE cuando no hacemos nada.

“Pobre es el que quiere tener más cosas”, o algo así, dijo un recordado presidente que después dejaría hacer pelota un país por plata. Rico es aquel que tiene tiempo, para vivir, para disfrutar, para amar, para reir, para hacer cosas. Todos queremos más tiempo, así sea para mirar videos de gatos en Youtube. El problema, es que no nos damos cuenta que ese tiempo aparentemente “ganado” lo estamos perdiendo en otras cosas. El tiempo es siempre el mismo. Lo que cambia es nuestra percepción de él.

El caso de Benny Ince

Corría el siglo XIX (y con “corría” no quiero decir que fuera más rápido, recordemos que el tiempo siempre tiene el mismo paso cansino) y la revolución industrial estaba en pleno auge. Benjamin Ince, para sus amigos Benny, era un campesino inglés que, como la mayoría de los de su clase, tuvo que emigrar a la ciudad para trabajar en las incipientes fábricas.

Allí cumplía sus tareas durante la friolera de CATORCE horas diarias, obviamente por un salario miserable y en condiciones infrahumanas. Allí trabajaban también su esposa Margaret y su pequeño hijo Paul. Pobre tipo, aparte de tener que laburar CATORCE horas, tenía que fumarse a su mujer en el trabajo durante CATORCE horas.

Todo esto para salir de la fábrica, con unos pocos morlacos encima y apenas 10 horas más para “vivir”, hacinado en un conventillo en las afueras de Londres. Agregale a esto las horas de sueño necesarias para recuperarse de semejante esfuerzo físico.

Benny quería más tiempo. Necesitaba más tiempo, porque aparte el muy bandido tenía un picoteo con una compañera de trabajo (si, frente a las narices de su mujer) y para poder intimar tenían que verse fuera del recinto laboral, ya que su amante, de quien nos reservamos la identidad para no comprometerla (¿?), también era casada.

No tengo tiempo

Sin entrar en detalles de lo que hacían Benny y su amante detrás de aquel frondoso álamo negro a orillas del Tamésis, estaba claro que la fórmula 14 HORAS DE TRABAJO + DORMIR + DOBLE VIDA no le estaba funcionando al querido Benny (si, Benny era muy querido, infiel, pero muy querido).

Cansado de “no tener tiempo”, un buen día, con tremendo pedo de Absenta, Benny decidió hacer algo al respecto. Recientemente se había inaugurado el BIG BEN, ese reloj GIGANTE que hoy sigue siendo un ícono del paisaje londinense. Estaba todo el mundo “embobecido” con él y por ende, con el tiempo.

Benny tuvo la “brillosa” idea (entiéndase con “brillosa” aquellas ideas que bajo los efectos de ciertas sustancias parecen fantásticas pero cuando volvemos a nuestro estado natural nos damos cuenta que eran una mierda), me perdí. Va de nuevo.

Benny tuvo la “brillosa” idea de alterar el Big Ben. Esa era SU forma de modificar el paso del tiempo. Creyó que enlenteciendo el funcionamiento de esas gigantezcas agujas, los días serían más largos y por consiguiente, él tendría más tiempo para hacer sus “cositas”.

La operación Big Ben

Pese a que aquella noche apenas podía mantenerse en pie, Benny llegó hasta el corazón del monstruoso Big Ben, donde gigantezcos engranajes hacían mover lo que para él era “el tiempo del mundo”.

Su primera idea fue trancar los engranajes con la botella de Absenta, lo cual obviamente no funcionó, ya que la misma fue triturada instantáneamente. Luego quiso colgarse de la rosca y frenarla (pobre iluso), con la mala suerte de que justo en ese momento la policía ingresaba a la sala de máquinas, encontrándolo in fraganti.

Benny Ince fue apresado y acusado de anti-horario. Luego juzgado y enviado a Bodmin Jail, una antigua cárcel inglesa. Allí fue que encerrado solo, sin trabajo, sin familia y sin amante, Benny se dio cuenta de todo el tiempo que disponía. Ahí fue cuando tomó dimensión de él, cuando lo valoró.

Al momento en que salió, su mujer ya estaba con otro hombre. Su amante ya tenía otros amantes. Todo había cambiado. Benny, aprovechando sus contactos carcelarios, se dedicaría al tráfico de whisky. Luego sería nuevamente apresado y pasaría hasta el fin de sus días en Bodmin Jail.

Dicen que su caso inspiró las reivindicaciones proletarias que luego derivarían en la reducción de la jornada laboral a 8 horas, pero yo eso no te lo puedo confirmar. Acordate lo que te dije al principio: yo no sé nada, acá todo es al bulto.

(*) “Años” de SUMO.

lunes, 8 de abril de 2013

Franz Ferdinand en el Summer´s Theatre

"What´s wrong with a little destruction?"

Salgo para el Teatro de Verano en el 121, de rata nomás, porque estando acreditado para un toque que salía un par de cm3 de escroto cada día no me costaba nada tomarme un taxi. El 121 estaba en esos días en que lo lleva la inercia, en que pareciera que el chofer hace fuerza y cruza los deditos de los pies para que lo agarre la roja.

En eso se estaciona al lado otro 121 y se genera una discusión sobre quién debía llevar la delantera y comienza una carrera furiosa, digna de una picada en la rambla de Punta Gorda, pero al revés. Se peleaban por quién iba más lento. Me bajé y empecé a rastrear por un taxi, y tras pegarle un codazo en los dientes a una vieja, logré mi objetivo.

El diálogo con el taxista llega auspiciado por:



Yo: Vamos al Teatro de Verano.
Taxista: Hay algún show?
Yo:  No, hay una convención de termotanques de cobre. *

* Esa fue la primera respuesta que me vino a la mente. Cuando recordé que mi vida estaba en manos de este obrero del volante, me tragué mi sarcasmo. El resto del diálogo no es relevante.

Llegué y mi amigo/colega Paulo Roddel me esperaba con la acreditación. No sin antes ser abordado por un par de espesos adultos en estado de ebriedad que se ofrecieron para vender/comprar/permutar (todo les sirve) una entrada.

A esos mismos especímenes mi otro amigo (identifiquémoslo como DP) les había comprado una acreditación igual a la mía por $500. Una ganga, teniendo en cuenta que la entrada más barata estaba $700 y que el muy boludo lucía una remera de “Franz Ferdinand” que era digna de fajarlo con la plata. Rápidamente llegamos a la certera conclusión de que estas gárgolas del regateo ni siquiera sabían el nombre de la banda que tocaba ahí.

Lo mejor de estar acreditado es que pasás lo que sea. Un barril de cerveza, un ladrillo de porro paraguayo prensado, un misil norcoreano. DP entró con un tupper, un tenedor y un cuchillo (un arma homicida, justo lo que necesitábamos). En mi caso, fue una petaca de whisky para poder mojarme los labios sin tener que hacer la larga y tediosa fila de la cantina.

Bueno, tocaron unos naipes ahí (no offence amis de Santé les ídem) y luego arrancó Franz Ferdinand con “No you girls”, la “conocida” del último disco (“Tonight” 2009) y a partir de ahí fueron picando 1 conocida con 1 nueva (del material que aún no salió al mercado). Hasta que de la mitad para adelante solo tocaron las que sabíamos más o menos.

Alex Kapranos (alias “el cantante”) intentó dialogar con la gente, pero nadie le entendía un pomo salvo cuando utilizaba las palabras mágicas: “Uruguay” y “Montevideo”. Hizo lo posible por arengar a la audiencia, y lo máximo que logró fue que la gente coreara parte de la letra de “Walk away”, obviamente, al mejor estilo Roberto Quenedi: en un inglés de mierda.


Ya llegando al final, hubo 2 momentos de fiero castigo instrumental. El primero fue cuando entre los 4 integrantes hicieron un solo de batería conjunto, palo y palo, cosa que suelen hacer al final de “Outsiders”. En vivo fue algo impresionante. Te retumbaba hasta las entrañas.

El segundo fue cuando Kapranos pateó un parlante, pero no para hacerse el heavy. El tema es que el cantante tuvo un duelo aparte con ese retorno. Cuando salía a pasear con la guitarra, en reiteradas ocasiones lo volteó, algunas con el cable y en otras con los pies, obligando a un plomo a escabullirse en el escenario para volver a ponerlo en su lugar. En el último tema se hizo evidente que había un problema de audio cuando Kapranos directamente pateó el parlante al mejor estilo Colin Hendry (histórico capitán de la selección escocesa) y el plomo esta vez se avivó y lo retiró del escenario.

Así terminó esta misa hipster, plagada de pantalones chupines y lentes Ray-Ban Wayfarer. Si tuviera que ponerle un puntaje al toque, tendría que recurrir a aquella revista argentina llamada “La García”, que tenía categorías algo especiales.

Nivel de Pogo: 1

Olor a Faso: 1 (nosotros)

Aguante: 3 (nosotros tres)

Glamour: 7 (todos menos nosotros)

Fisura: 9 (antes de prender un porro ya nos estaban pidiendo)

La frase: “Dale suave que mañana tiene que cantar Pachela” (mi amigo DP cuando Kapranos pateó el parlante)

El cantito: “As iu guaca wei! Guaca wei!” (la gente cantando “walk away” en un inglés de mierda)

El grito: “Gracias por venir loco” (un borracho delante nuestro, que debería pensar que estaba en un toque de los redondos o que Franz Ferdinand era el nombre del cantante)

El trapo: La bandera de Escocia que DP tiene en su casa y se olvidó de traer, la cual como dijo mi amigo Roddel era pasaporte directo al camerino de los músicos.

El detalle: Versiones indican que la banda habría hecho un cóver, pero entre tanto tema nuevo que tocaron yo no me di cuenta.