Hoy
escribimos sobre el paso del tiempo. “¿Qué pasa con los años?” gritaba Luca
Prodan, en un delicioso cóver de Sumo (*) del tema “Años” de Pablo Milanés.
Pasa con los años que pasan (valga la redundancia) porque el tiempo no se
detiene. El tiempo, que es la verdadera riqueza que tenemos los seres mortales,
aquella que estamos gastando aún sin hacer nada, o debo decir FUNDAMENTALMENTE
cuando no hacemos nada.
“Pobre
es el que quiere tener más cosas”, o algo así, dijo un recordado presidente que
después dejaría hacer pelota un país por plata. Rico es aquel que tiene tiempo,
para vivir, para disfrutar, para amar, para reir, para hacer cosas. Todos
queremos más tiempo, así sea para mirar videos de gatos en Youtube. El
problema, es que no nos damos cuenta que ese tiempo aparentemente “ganado” lo
estamos perdiendo en otras cosas. El tiempo es siempre el mismo. Lo que cambia
es nuestra percepción de él.
El
caso de Benny Ince
Corría
el siglo XIX (y con “corría” no quiero decir que fuera más rápido, recordemos
que el tiempo siempre tiene el mismo paso cansino) y la revolución industrial
estaba en pleno auge. Benjamin Ince, para sus amigos Benny, era un campesino
inglés que, como la mayoría de los de su clase, tuvo que emigrar a la ciudad
para trabajar en las incipientes fábricas.
Allí
cumplía sus tareas durante la friolera de CATORCE horas diarias, obviamente por
un salario miserable y en condiciones infrahumanas. Allí trabajaban también su
esposa Margaret y su pequeño hijo Paul. Pobre tipo, aparte de tener que laburar
CATORCE horas, tenía que fumarse a su mujer en el trabajo durante CATORCE
horas.
Todo
esto para salir de la fábrica, con unos pocos morlacos encima y apenas 10 horas
más para “vivir”, hacinado en un conventillo en las afueras de Londres.
Agregale a esto las horas de sueño necesarias para recuperarse de semejante
esfuerzo físico.
Benny
quería más tiempo. Necesitaba más tiempo, porque aparte el muy bandido tenía un
picoteo con una compañera de trabajo (si, frente a las narices de su mujer) y
para poder intimar tenían que verse fuera del recinto laboral, ya que su
amante, de quien nos reservamos la identidad para no comprometerla (¿?),
también era casada.
No
tengo tiempo
Sin
entrar en detalles de lo que hacían Benny y su amante detrás de aquel frondoso
álamo negro a orillas del Tamésis, estaba claro que la fórmula 14 HORAS DE
TRABAJO + DORMIR + DOBLE VIDA no le estaba funcionando al querido Benny (si,
Benny era muy querido, infiel, pero muy querido).
Cansado
de “no tener tiempo”, un buen día, con tremendo pedo de Absenta, Benny decidió
hacer algo al respecto. Recientemente se había inaugurado el BIG BEN, ese reloj
GIGANTE que hoy sigue siendo un ícono del paisaje londinense. Estaba todo el
mundo “embobecido” con él y por ende, con el tiempo.
Benny
tuvo la “brillosa” idea (entiéndase con “brillosa” aquellas ideas que bajo los
efectos de ciertas sustancias parecen fantásticas pero cuando volvemos a
nuestro estado natural nos damos cuenta que eran una mierda), me perdí. Va de
nuevo.
Benny
tuvo la “brillosa” idea de alterar el Big Ben. Esa era SU forma de modificar el
paso del tiempo. Creyó que enlenteciendo el funcionamiento de esas gigantezcas
agujas, los días serían más largos y por consiguiente, él tendría más tiempo
para hacer sus “cositas”.
La
operación Big Ben
Pese a
que aquella noche apenas podía mantenerse en pie, Benny llegó hasta el corazón
del monstruoso Big Ben, donde gigantezcos engranajes hacían mover lo que para
él era “el tiempo del mundo”.
Su
primera idea fue trancar los engranajes con la botella de Absenta, lo cual
obviamente no funcionó, ya que la misma fue triturada instantáneamente. Luego
quiso colgarse de la rosca y frenarla (pobre iluso), con la mala suerte de que
justo en ese momento la policía ingresaba a la sala de máquinas, encontrándolo in
fraganti.
Benny
Ince fue apresado y acusado de anti-horario. Luego juzgado y enviado a Bodmin
Jail, una antigua cárcel inglesa. Allí fue que encerrado solo, sin trabajo, sin
familia y sin amante, Benny se dio cuenta de todo el tiempo que disponía. Ahí
fue cuando tomó dimensión de él, cuando lo valoró.
Al
momento en que salió, su mujer ya estaba con otro hombre. Su amante ya tenía
otros amantes. Todo había cambiado. Benny, aprovechando sus contactos
carcelarios, se dedicaría al tráfico de whisky. Luego sería nuevamente apresado
y pasaría hasta el fin de sus días en Bodmin Jail.
Dicen
que su caso inspiró las reivindicaciones proletarias que luego derivarían en la
reducción de la jornada laboral a 8 horas, pero yo eso no te lo puedo
confirmar. Acordate lo que te dije al principio: yo no sé nada, acá todo es al
bulto.
(*)
“Años” de SUMO.
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