Este es un
fragmento de una nota publicada en "El Sótano", una revista cultural
digital cuyo segundo número se editó esta semana y de la cual tuve el gusto de volver
a participar. Para verla íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n2_/0
La otra orilla del río es eso inalcanzable e imposible, hasta que un puente lo transforma en una pavada. La vida en muchos aspectos es igual: consiste en tender puentes entre lo que somos y lo que queremos ser. El desafío está en buscar la forma de llegar al otro extremo en lugar de resignarse a la utopía.
La vida está llena de puentes, de situaciones y decisiones que nos trasladan de un lugar a otro. Hay puentes que no nos animamos a cruzar, sea por su fragilidad o porque nos da miedo lo que podamos encontrarnos del otro lado. Hay puentes que queremos cruzar, pero no sabemos cómo hacerlo. En fin, hay un puente para cada persona, para cada corazón. Aquí no vamos a cruzarlos todos. Con suerte, capaz que cruzamos alguno.
La vida está llena de puentes, de situaciones y decisiones que nos trasladan de un lugar a otro. Hay puentes que no nos animamos a cruzar, sea por su fragilidad o porque nos da miedo lo que podamos encontrarnos del otro lado. Hay puentes que queremos cruzar, pero no sabemos cómo hacerlo. En fin, hay un puente para cada persona, para cada corazón. Aquí no vamos a cruzarlos todos. Con suerte, capaz que cruzamos alguno.
Dicen que el primer puente fue un árbol, que en la
prehistoria algún ser primitivo utilizó para llegar al otro extremo de un río. Todo
en el plano de los “supuestos” verdad, porque por razones lógicas no hay videos
en YouTube que lo atestigüen. Imaginen la felicidad de ese HOMO “ALGO” cuando
vio la chance de llegar a ese lugar que le parecía inalcanzable. Y el sinfín de
lugares que pudo descubrir gracias a ese esencial paso.
Esa boludez, eso que parece fácil, no siempre lo es, y si no me creés mirá lo que le pasó al pobre Edgar. ¡Más de 37 millones de personas lo avalan!
La otra orilla del río es eso inalcanzable e imposible,
hasta que tendemos un puente. Y no podemos depender que un árbol se caiga
solito para darnos cuenta de esa posibilidad. Está en nosotros buscar la forma
de llegar al otro extremo en vez de resignarnos a la utopía. De tender puentes
entre lo que somos y lo que queremos ser.
La historia
del puente chino
Ahora, ¿cómo un poblado sin árboles podría descubrir la
posibilidad de tender un puente y liberarse de la prisión geográfica? Ahí te
quiero ver.
Resulta que había una vez un pequeño poblado en el norte
de China, rodeado de mar y sitiado por un profundo pero angosto cañón (cañón de
“grieta en la tierra”, no de pólvora), que impedía a sus habitantes cruzarlo y
llegar al otro extremo. Básicamente vivían como aislados, como si vivieran en
una isla (y si, es claro que del término “isla” surge el verbo “aislar” y todas
sus conjugaciones).
Para ellos cruzar para el otro lado era una utopía.
Estaban resignados a vivir encerrados en ese pedazo de tierra. Además, para
darle color, decían que del otro lado había un dragón. Viste como son los
chinos, ¿no? Para inventar Godzillas y cosas de esas están mandados a hacer.
Hasta que un día, todo cambiaría. Otra cosa que también
les encantó a los chinos desde siempre es luchar. Son peleadores por excelencia:
de sumo, de karate, de judo, de lo que se te ocurra. En aquel poblado, resolvían
sus asuntos en duelos que se realizaban al borde del abismo y el que perdía,
imaginate, era el que caía al vacío por la grieta.
Dicen que esa historia inspiró a los creadores del juego
Mortal Kombat, que idearon un puente donde el perdedor caía encima de horrendas
estacas de metal y moría empalado ahí.
¿Y valor?
¿Hacia dónde vas con esto?
¡Ya voy! En fin, una mañana de invierno (otra cosa que
les encanta a los chinos es madrugar) dos luchadores se batieron a duelo al
borde de ese angosto abismo, con una particularidad: se trataba del más alto
del poblado contra el más pequeño, lo cual obviamente despertó la atención de
todos los habitantes (los chinos también grandes adoradores del morbo).
Contra todos los pronósticos (¿?) ganó el enano, pero lo
que nadie esperaba era el desenlace que tendría el combate. El alto, no cayó
por el precipicio, logró agarrarse con la puntita de sus dedos en el otro
extremo, y quedó acostado, con los pies en un lado y las manos en el otro. Ese
fue el primer puente humano.
De inmediato los pobladores vieron la oportunidad y
comenzaron a cruzar caminándole por el lomo, porque obviamente, el puente
humano no podía ni moverse y, ciertamente, nadie lo iba a ayudar (otra
característica que tienen los chinos, profundizada en los tiempos que corren,
es que podés estar muriéndote que nadie te va a dar una mano).
Trataron de hacerle mantenimiento, dándole comida y
alimentos, para que no se les muriera, claro está. Hasta que un día, el puente
humano no aguantó más y se desmoronó, cayendo por el precipicio. Pero claro, no
lo hizo solo, sino justo en el instante en que el enano, su verdugo, se
aprestaba a cruzar, llevándoselo consigo al fondo del abismo. Porque si hay
algo que les gusta a los chinos, también, es la venganza.
Hoy en día esto sigue pasando. Dos por tres un puente cae,
vencido por el peso de su propia responsabilidad. Por eso es que también,
cuando vemos la chance de cruzar un puente debemos aprovecharla, porque no
sabemos por cuánto tiempo puede estar ahí, permitiéndonos el paso, dándonos esa
oportunidad de llegar a lo que queremos ser. Está en vos si te animás a
cruzarlo o no. Así como está en vos hacer un puente. Y esto no es un cuento
chino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario