Este es un artículo publicado en "El Sótano", una
revista cultural digital cuyo cuarto número se editó esta semana y de la cual
tuve el gusto de volver a participar.
Para ver la publicación íntegra entrá a http://issuu.com/elsotano/docs/n4
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"Libre como los pájaros" dijo alguien alguna vez. "Libre
como una hoja de otoño que vuela con el viento" clamó otro, un poquito más
drogado que el anterior. "Libre como estos mosquitos chupasangre"
profirió otro, bastante más enojado que los dos anteriores. Pero lo cierto es
que muchos pájaros están enjaulados, la mayoría de las hojas van a morir a la
boca de tormenta (salvo que las prendan fuego, lo cual es bastante peor aún) y
millones de mosquitos terminan aplastados por una chancleta.
Las palomas, sin ir más lejos, la más icónica de las representaciones de
la libertad, tampoco las tienen muy fácil. En Montevideo, fueron declaradas
plaga, lo cual automáticamente se traduce en "si las matan está todo bien,
porque son plaga", con la excusa de que transmiten enfermedades, el mejor
motivo para causar la muerte de un ser vivo después de la sospecha de
terrorismo. Una persona (me reservo su identidad) me dijo: "Si tenés
palomas y te cagan la ventana, poneles pan mojado con alcohol. Caen
fritas". "¡Tampoco quiero un genocidio palomeril!" le contesté,
y ahí me dijo que le ponga pimienta, así no se acercan.
Con el fin de espantar a las palomas de las plazas, la Intendencia había
contratado halcones entrenados, con su respectivo coach (están entrenados
pero tampoco la pavada). Estas aves de presa, abandonaban el brazo de su mentor,
sobrevolaban la zona y luego volvían a la extremidad del susodicho. De esa
forma, las palomas percibían el peligro y no aparecían ni en forma de foto
pegada a una matera. Esos halcones, bien podían irse a la mierda y mandar a
cagar todo, pero por alguna razón, por alguna fuerza sobrenatural que se
desconoce, terminaban volviendo al brazo de su entrenador. Esos halcones,
tenían la libertad en sus alas, y no la usufructuaban.
La historia de Voladis
Todo esto me hizo acordar a la historia de Voladis, un joven que vivió
en la Mesopotamia, más precisamente en la ciudad de Babilonia, por allá por el
año 550 antes de Cristo. En esos tiempos el Imperio Persa se expandía a gran
velocidad. Liderados por Ciro II el Grande, los persas conquistarían Babilonia,
derrotando al Rey precedente llamado Nabónido (y si, con ese nombre, era claro
que soplarle el reino era raspar y ganar).
Voladis era un joven que trabajaba como mensajero. Una tarde, cuando
volvió a Babilonia, la encontró en medio de un caos total: los persas habían
tomado la ciudad. Lo primero que atinó fue ir hasta su hogar y buscar a su
padre. Vivían cerca de un acantilado. Cuando Voladis llegó, encontró a su padre
desnudo, correteando gallinas. En bolas estaba siempre, pero ¿correteando
gallinas? ¿GALLINAS? Si fuera una chancha todavía. “Padre, ¿que estáis
haciendo? Nos invaden los persas y tú pensando en copular con gallinas” (puede
que estas palabras no sean las exactas, pero la idea creo que se capta), a lo
que el padre respondió: “Te estoy haciendo unas alas para que puedas escapar,
mocoso de mierda” (ídem anterior, esta es una interpretación libre del autor).
Sí, emulando al mitológico Dédalo, el padre de Voladis estaba fabricando
unas alas con plumas y cera. Pero Voladis no era boludo. Sabía que lo de Ícaro
había salido como el culo, y enseguida le dijo “Ni en pedo me pongo esas alas”.
En eso el ejército persa ya estaba sobre ellos, ya que lo habían seguido a
Voladis hasta su casa. Sin dudarlo, antes de ser capturado y probablemente
violado, Voladis se tiró por el acantilado. Su padre no lo siguió porque la
idea de la violación después de todo no le sentaba tan mal (por algo vivía en
cueros).
Ahí fue cuando el joven Voladis, en un acto desesperado, cayendo al
vacío, comenzó a agitar sus brazos como si fuera un pájaro, y comenzó a volar.
Si, a volar. Voladis podía volar y no sabía, porque nunca lo había intentando.
La costra formada bajo de sus axilas producto de meses sin pasarse agua se
había endurecido, formado una especie de aleta que le permitía agitar sus brazos
y surcar los cielos. El problema fue que se cansó, porque no es changa aletear.
Acá tenemos idealizado volar como Superman, sin esfuerzo alguno, pero volar es
como caminar, pero con los brazos en vez de las piernas. CANSA.
Igual pudo llegar a tierra firme, sano y salvo, pero enseguida
aparecieron los persas para capturarlo. Los brazos de Voladis no podían más,
porque para colmo ese día se había bajado una mano como cuatro veces espiando a
una joven que se estaba bañando en el Río Éufrates. Estaba liquidado. Una vez
capturado, fue obligado a poner su capacidad para volar al servicio del
ejército persa, sobrevolando lugares para pasar información sobre los enemigos
y llevando mensajes como buen paloma. Así fue hasta el fin de sus días, cuando
chocó contra un árbol, por causas que se desconocen según el Nano Folle de la
época.
¡Dale pibe! ¿Y la moraleja?
A lo que quería llegar es: volar no te hace libre. La libertad no es
fantástica *, es una actitud. En los papeles, libres somos todos, en la
medida de que todos tenemos la opción de actuar libremente, independientemente
de que haya normas, personas o circunstancias que nos quieran arrebatar ese
albedrío. Sin embargo, los principales enemigos de nuestra libertad no están en
la oración anterior. El mayor enemigo de nuestra libertad es el miedo. El miedo
al qué dirán, a lo que nos podría pasar, a arrepentirnos, etc. Por ejemplo:
para volar, primero hay que animarse a despegar los pies de la tierra y asumir
los riesgos.
El miedo está en la esencia de los seres humanos. Siempre habrá un
"miedito" ahí, latente. Incluso si estás en el momento de mayor
felicidad posible, padecerás el miedo a dejar de ser feliz, a que algo te cague
la fruta. Y en el mejor escenario posible, donde nada ni nadie te provoque
miedo, estará la parca, esperándote al final del trayecto, y contra ese miedo
no hay nada que se pueda hacer. Lo esencial es asumir que siempre habrá un
miedito ahí, latente, pero no dejar que te domine. Ignoralo. “Ningunealo” (¡gracias
por tanto Moria!). Pensá en cosas que te hagan feliz. Dejá volar tu
imaginación. El miedo no se va a ir, pero vos seguramente te alejarás lo
suficiente de él como para disfrutar más tu vida.
* "Blues de la libertad", hermoso tema de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
* "Blues de la libertad", hermoso tema de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
2 comentarios:
Excelente!
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