Cuando era chico no me
gustaba la música. No me interesaba y el hecho de que a mi hermana sí (claro,
ella era 2 años mayor) hacía que me gustara menos. Tema de “rivalidades” de
hermanitos, ♫bravos muchachitos♫, supongo. Así
fue hasta que un día, en la casa de un amigo, escuché unos temas de un tal “Patricio
Rey y sus redonditos de ricota”.
Mi amigo era hijo de
padres separados, y el viejo, que vivía en Buenos Aires, le había mandado 2
discos: “Gulp” y “Un baión para el ojo idiota”. “Haceme ya una copia de eso” le
dije. Había algo en ese ♫¿Cómo no
sentirme así?♫ de “Todo un palo”, en ese ♫A brillar mi amor♫ de “La bestia pop”.
Ahí, recién ahí, me
interesó la música y quise tener un radiograbador en mi cuarto. Después, mi
hermana, aquella “enemiga” de la infancia, al ver mi interés por esta banda, me
prestó un cassette con “Lobo suelto, cordero atado”. Nunca se lo devolví. Al
poco tiempo le caí a mi tío, que tenía un vinilo de “La mosca y la sopa”. Yo no
tenía tocadisco, pero pude pasarlo a cassette también. Así empezó todo. ♫El lujo
es vulgaridad dijo, y me conquistó♫.
Esta historia que te
estoy contando al Indio no le debe importar, capaz que a vos tampoco. Pero para
mí es esencial, es parte fundamental de mi vida, de lo que fui y lo que soy.
El sábado pasado estuve
en Gualeguaychú. Desde aquellos primeros cassettes pasaron recitales de Los Redondos, del Indio, de Skay Beilinson, de Sergio Dawi con 2saxos2 y con
Semilla Bucciarelli, y hasta la última noche fundamentalista con Sbaraglia,
Benegas y Hernán Aramberri. Pero más que nada, pasaron años de ♫sienes
ardientes♫ escuchando “Los Redondos” solo
o con mis amigos, un montón de fiestas y cumpleaños con pogos inolvidables, horas
y horas de audios y videos que empañaron mis retinas y estremecieron mi alma.
Años en que soñé que se volvieran a juntar.
Después de todo eso, el
Indio me dio la chance de volver a disfrutar a casi toda la ♫orquesta
antibalas♫ otra vez en un escenario. ¿Pensás
que me iba a importar tener que caminar kilómetros
hasta el show? ¿Que hubiera barro y charcos de agua? ¿Que tuviéramos que
apretujarnos para entrar y salir? ♫¿A quién le importa toda esa guinda?♫.
En estos días, mucho se
habló de que al Indio no le importamos sus fanáticos, pero nadie se puso a
pensar qué es lo que nos importa a nosotros. Yo, y seguramente los otros 169.999
que fueron a Galeguaychú, queremos que el Indio siga sacando discos y siga
tocando en vivo. No pedimos más. Yo quiero que me siga emocionando con sus
canciones y que me siga dando la chance de poder volver a su encuentro. Después,
si ♫el barro
se hace cruel, nos viene a sepultar♫, si el Indio paga
impuestos o no, realmente no me importa.
La otra vez el Indio iba
tocar en el Estadio Malvinas Argentinas de Mendoza. Las 50 mil entradas se agotaron
en horas. La gente que no consiguió se quería morir. El Indio y su organización
gestionaron un lugar más grande para que nadie se pierda el ♫rock and
roll del país♫. Menos mal
que no le importamos.
Vos podés decir que lo
hizo para juntar más guita, pero con ese criterio, perfectamente podría tocar
en un lugar la mitad de grande, seguramente con muchas más comodidades, y
cobrar el doble la entrada. Recaudaría la misma plata, porque se llenaría
igual. Creeme, hasta el más ♫roto y mal parado♫ consigue la plata que sea para ir a ver al Indio.
Venden lo que sea, sacan la entrada y van a dedo. Si alguna vez hubieras visitado
una ciudad (ni te digo ir al recital) copada por los “ricoteros”, sabrías de lo
que hablo. El Indio quiere que nadie se quede afuera. Menos mal que no le
importamos.
En sus recitales, la
seguridad la pone la organización. No ves un solo policía. Sabido es que las
relaciones entre “los ricoteros” y el “terror azul” no son las mejores.
Entonces la organización se encarga de contratar gente común (como vos, como yo),
para que controle a las masas. Menos mal que al Indio no le importamos. ¿Y qué
pasa? Nada, ni un lío. Y eso a muchos medios les revienta. Están deseando que
se pudra todo porque para ellos ♫siempre hay que ubicarla, a la vieja muerte, en
algún rincón del hogar♫.
Quizás les moleste la
felicidad ajena, especialmente cuando se trata de hacer feliz a mucha gente a
la que la sociedad le dio la espalda. Quizás les moleste que el artista más
exitoso de su país nunca haya querido salir en su ♫divina tv
führer♫. Qué se yo.
Yo a vos no te pido que entiendas
este fenómeno. Yo no entiendo que haya gente que le guste Tan Biónica, que
pague fortunas por ver a un beatle en decadencia, o que crea que un boludo que
rompe un auto en un videoclip es un ícono contra el sistema. Pero si eso les
hace feliz, me alegro. Lo aplaudo y lo respeto. Después de todo, ♫la buena
felicidad, dicen que no se nota♫.
A mí las sensaciones que
me genera el Indio Solari con su arte son únicas y por ende, intransferibles.
Te diría que son lo más parecido a las que provoca el amor. Y cuando las podés
compartir con ♫la mujercita
que amás♫, como yo el sábado pasado, realmente no te
alcanza el alma para meter tanta felicidad.
En definitiva, al tipo
que hace feliz a 170.000 personas de todas las edades no se le puede reprochar nada.
Como dijo Deborah Dixon cuando terminó de cantar “Blues de la Libertad”: “Él es
todo”. Mejor descripción, imposible.
Gracias Indio. Siempre
serás ♫mi único héroe en este lío♫, ♫ladren lo que ladren los demás♫.